Son apenas las 5 y media de la mañana cuando el horrible timbre me hace despertar. Deslizo mi dedo para posponer nueve minutos el molestísimo acto de abrir los ojos, ponerme de pie y llegar hasta el baño. Cumplidos esos minutos, ahí está de nuevo; “teléfono antiguo” se hace llamar el timbre que advierte el comienzo de un nuevo día. Con sólo apoyar mi dedo en la pantalla puedo dar por terminado el ruido que interrumpe mi descanso. Ahora sí, en pie.
Antes de la regadera, una escala técnica al WC me da el tiempo de volver en mí. Apenas abro los ojos, presiono el botón de mi iPhone y deslizo mi dedo para desbloquear la pantalla. Como mi trabajo lo solicita, debo revisar el periódico (desde la app que descargué de la iTunes Store) y checar la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Repaso entre mails de trabajo, actualizaciones de Facebook, cadenas enviadas por mi madre (siempre creyendo que darle forward a un mail mejorará el mundo) y uno que otro spam.
Una vez terminada la escala técnica, dejó correr la regadera unos segundos, en espera de que el agua se ponga, si no caliente, un poco soportable. Me quito la pijama y aprovecho para dar un rápido scroll a mi TL de Twitter. Ya enterado de las noticias más frescas (y un poco de información banal también), entro en la regadera y enciendo la radio remotamente a través del mismo iPhone. Sin necesidad de salir del baño, elijo la estación de radio que deseo escuchar, ya sea nacional o internacional, si no decido que quiero encender mi iTunes para escuchar música que me levante y mejore mi humor (en ese caso, el Genuis ayuda bastante para establecer el estado de ánimo deseado).
Me visto, subo al auto y manejo hasta la FES Acatlán. En el camino, eventualmente llegan mensajes vía Whatsapp de mis amigos o amigas, preguntando cómo me trata la mañana o reclamando que ya voy tarde y ellos me esperan. Si el tráfico es inclemente, bastan unos cuantos clicks (o touchs) para enviar los trabajos o tareas con los que ellos esperan que llegue.

Así, lo que el día de hoy forma parte de mi vocabulario cotidiano y mi modus vivendi, en perspectiva, apenas tiene el mismo tiempo que yo de existencia. A través de las primeras páginas del libro Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011), Nicholas Carr nos condensa la historia de la World Wide Web, historia tan ajena para muchos, como lo es de familiar el uso de dicho servicio. Con base en su experiencia personal (muy directa, en su caso particular, debido a su estancia en Dartmouth durante la época del boom del desarrollo de la computación), Carr nos lleva a través de una historia que apenas data de escasos cuarenta y tantos años. Desde los primeros lenguajes informáticos (BASIC) hasta el mundo de Twitter, pasando por la fundación de Macintosh, Microsoft, la aparición de Windows, AOL, Napster y otros eventos que han marcado el uso de la informática en la vida diaria de gran parte de la población mundial.
Leer las páginas escritas por Carr, además de generar cierta nostalgia por una época que parece tan lejana, como aquella en la que tener una computadora personal era no sólo un lujo sino también una demostración de un avanzado nivel académico (en principio, no cualquiera podía interactuar con facilidad con su ordenador. Era necesario cierto conocimiento y entendimiento de los lenguajes de programación), nos muestra el vertiginoso avance de un medio que aun hace 20 años se antojaba como un invento propio de la ciencia ficción.
Una vez establecida la cronología de la computación (por así llamarla), Carr se ayuda de diversos testimonios, desde el propio hasta los de otros personajes (académicos importantes, en su mayoría), para ilustrar una realidad que, aunque aun negada por muchos, nos deja claro cómo esos cuarenta y tantos años no sólo han influido en nuestra forma de trabajar, sino también (más importante aun) en nuestra forma de pensar, racionalizar, analizar, actuar y, por ello, vivir. Entre los testimonios, muchos aluden a la dificultad que la lectura representa y cómo hemos adaptado nuestros métodos de estudio, producción y difusión de información, al servicio del medio que se ha convertido en el principal difusor y compilador de datos.
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Portada de Superficiales (Taurus, 2011) |
En la era de Twitter, ciento cuarenta caracteres suponen ser suficientes para expresar ideas, publicar contenidos y mantener informados a la mayoría de sus usuarios, sea cual sea su nivel académico, socioeconómico o cultural. Periodistas, artistas, celebridades, organizaciones, empresas, políticos, servidores públicos, páginas web, productos de uso comercial, estudios de cine, canales de televisión, estaciones de radio, diarios e infinidad de personas (físicas o morales) han convertido de la brevedad el medio perfecto para el consumo y producción de información constante y, aunque en algunos casos irrelevante, lo suficientemente influyente para generar debate y, como en el caso egipcio, movimientos socio políticos importantes, capaces de cambiar el rumbo del mundo y sus habitantes.
Pero el análisis de esta nueva era (¿nueva?) no se queda ahí ya que el autor recurre a la ejemplificación de cómo el cerebro humano, gracias a su plasticidad, ha ido modificándose y adaptándose a dichos cambios. Fundamentado en estudios que van desde Freud hasta nuestros días, Carr aboga por la idea de nuevos seres humanos, capaces de habitar un mundo en el que la información debe ser rápida (que no fugaz), contundente y (¿por qué no?) entretenida (multimedia).
De fácil lectura, Superficiales hace una defensa bastante decente del hombre del siglo XXI y su modo de actuar, aunque cabe advertir que ello no debe ser confundido con una defensa de la desinformación y los contenidos vacuos, sino una propuesta para re interpretar los modos de interacción sociales de nuestros tiempos, una propuesta para revolucionar la producción y difusión de contenidos de calidad, adaptados a las exigencias del medio y sus consumidores.
Al final, ya sea en papel o en iPad, iPhone o PDF´s en nuestras computadoras, la información siempre deberá estar a nuestro alcance, liberándonos de la ignorancia, manteniéndonos informados, educados, cultivados…libres.
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