Las ideas de progreso, posteriores a las grandes revoluciones (la industrial y la provocada por la ilustración, principalmente), han llevado a la humanidad a la reproducción y distribución indiscriminadas, provocando un crecimiento (más espacial que del espíritu, por desgracia) nunca antes visto… ni imaginado.
El trepidante crecimiento poblacional ha exigido la cobertura de las necesidades (básicas unas, banales otras) de los integrantes de las sociedades. Ante ello, proveedores de servicios (empresas, en el mundo globalizado) se ven obligados a ofrecer un estado de (¿falso?) bienestar. Para esto se han implementado métodos de producción masivos que han alcanzado todas las esferas posibles; desde los productos alimenticios de más básica necesidad, hasta los más absurdos lujos. “De todo, como en botica”.

Con una nueva realidad, nuevas necesidades se hacen presentes. Los zapatos de moda, el gadget del momento; el auto del año, la televisión más “inteligente”; el restaurante de moda o el antro más in, son placeres que no siempre satisfacen nuestras verdaderas necesidades sino aquellas que fueron construidas para que nosotros creyéramos faltas de atención.
Desgraciada es esta realidad, que aboga por los intereses de pocos, disfrazados de los de todos.

Ante esta realidad, una postura crítica es la muy oculta solución. Si en verdad nos seguimos considerando humanos (con todas las complejidades que eso nos adjudica), debemos re encontrar nuestros verdaderos deseos y exigir lo que sabemos (sintamos) que en realidad necesitamos. Vivimos en masa, sí, pero sobrevivimos por nuestra cuenta.
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