No fue mi idea, me obligaron

lunes, 12 de diciembre de 2011

Masas


Las ideas de progreso, posteriores a las grandes revoluciones (la industrial y la provocada por la ilustración, principalmente), han llevado a la humanidad a la reproducción y distribución indiscriminadas, provocando un crecimiento (más espacial que del espíritu, por desgracia) nunca antes visto… ni imaginado. 

El trepidante crecimiento poblacional ha exigido la cobertura de las necesidades (básicas unas, banales otras) de los integrantes de las sociedades. Ante ello, proveedores de servicios (empresas, en el mundo globalizado) se ven obligados a ofrecer un estado de (¿falso?) bienestar. Para esto se han implementado métodos de producción masivos que han alcanzado todas las esferas posibles; desde los productos alimenticios de más básica necesidad, hasta los más absurdos lujos. “De todo, como en botica”.


Y los medios de comunicación no son la excepción. La inherente necesidad del ser humano a estar informado, así como su urgencia por mantenerse entretenido, han llevado a los medios (en todos sus rubros) a la producción de contenidos que sacien la sed de los consumidores. Sin embargo, muchos medios se han acomodado en la producción (casi en serie) de contenidos fáciles y vacuos. Los consumidores, al mismo tiempo, han dejado atrás su derecho (¿o interés?) a exigir productos que cubran sus verdaderas necesidades y se han convertido en los conformistas que aceptan una realidad que, aunque inspirada en la suya, ha sido construida por quienes programan lo que en los medios se reproduce; la nueva realidad es, para muchos, aquella que los medios nos muestran. Necesidades incluidas.

Con una nueva realidad, nuevas necesidades se hacen presentes. Los zapatos de moda, el gadget del momento; el auto del año, la televisión más “inteligente”; el restaurante de moda o el antro más in, son placeres que no siempre satisfacen nuestras verdaderas necesidades sino aquellas que fueron construidas para que nosotros creyéramos faltas de atención.


Desgraciada es esta realidad, que aboga por los intereses de pocos, disfrazados de los de todos.

Una realidad como esta (la real, la triste), en la que se tolera el control social, se vuelve más digerible ante la existencia de la otra “realidad” (la creada). La yuxtaposición de ambas realidades nos permiten barajar opciones, creando una falsa libertad de elección en la que lo “maquilado” (por ser aparentemente “mejor”) se antoja como la “decisión” más sabia que podemos tomar.

Ante esta realidad, una postura crítica es la muy oculta solución. Si en verdad nos seguimos considerando humanos (con todas las complejidades que eso nos adjudica), debemos re encontrar nuestros verdaderos deseos y exigir lo que sabemos (sintamos) que en realidad necesitamos. Vivimos en masa, sí, pero sobrevivimos por nuestra cuenta.

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